<$BlogRSDUrl$>

lunes, diciembre 27, 2004

2005 

A veces uno no puede escoger los momentos en que las cosas suceden, en que el tiempo se detenga y vuelva hacia atrás. Sólo escribo con un dejo de tristeza, con un vaga demasiado vaga quizás ya esperanza de que las cosas cambien, de que este año empiece bien para mí, para los que quiero, y aún para los que no. El mismo 25, después de haber estado trabajando, de haber ido con mi amiga Melina a la casa de Alejandra, de quedarnos a dormir ahí, de pensar que era la mejor Navidad que había pasado, lejos, hasta que la hija de la dueña del kiosco vino a hablar con mi mamá, a amargarle el día exigiéndole que le paguemos los $100 más por mes, por dormir en una silla, en el piso, “dormir es vivir” dijo una vez, y tiene el descaro de decir que ella tiene muchas cosas en la espalda. Un año más un año menos, los años no le dan la sabiduría a las personas. Hace unas semanas estaba hablando justamente con Alejandra, y nombrando películas, le nombré The Butterfly Effect. Hoy, vine al locutorio antes de ir a buscar mercadería para ver esa película, vi el DVD , y vi un final diferente que en el cine. No voy a contar toda la película porque parece descolgado, pero en ese final, el protagonista decide volver al vientre materno, y enroscarse con el cordón umbilical. A punto de nacer yo hice lo mismo, pero no lo logré. Si tan sólo pudiera retroceder el tiempo, sólo una vez, elegiría ese final. “Cambia una cosa, y cambiará todo”. Año nuevo vida nueva dicen. Renacer. Caída libre, como mis relatos. Si un ángel pasa y me salva de la caída bien, sino, inútil tratar de asirse cuando ya perdí el equilibrio. Yo ya no puedo más. Llegará el momento en que tenga que usar otra de mis vidas ( si es que hay).

Disculpen mi ausencia en este post, no les quería amargar la jornada a los que lean, sólo que no pude evitar deshacerme un poco de peso. Les deseo que tengan un muy Feliz Año Nuevo.




jueves, diciembre 23, 2004

Navidad 



Bueno...la verdad es que quería escribir muchas cosas, pero no me alcanza el tiempo... así que les dejo mi deseo, y les digo, que cuiden su árbol de navidad... una porque ya lo dije, ando medio piromaniaca, y otra, porque no tienen idea de cómo se extraña cuando uno no puede tenerlo... Me parece que esta es la época en que más se siente un casa (sobre todo su ausencia). Un beso enorme para todos, a los que me dieron su mail, en cuanto pueda les escribo, a Vico y A.P. arreglemos para vernos la semana que viene si pueden, lo mismo a Juliette y Laikus.


viernes, diciembre 17, 2004

Quemado 

Debo decir que nunca fui muy afecta a los juegos escolares, ni siquiera en las horas de gimnasia donde era casi obligatorio participar. Nada hacía a ningún juego más interesante que replegarme en un rincón a escribir y describir formas enigmáticas que corrieran por los pasillos de la fantasía. Nada me hubiera hecho creer que ese día, ese juego se tornaría más interesante por decirlo de algún modo, de lo que podría haber sospechado.

La escuela atestada de alumnos correteando por los rincones (correteando y observados por mis seres de fantasía, por mis monstruos diurnos que agazapados esperaban el momento para despedazar cada par de piernas que correteaban por sus pasillos), la clase de gimnasia pronta a empezar en el patio convertido en un horno en los últimos días de verano al comienzo de las clases. La elección fue como siempre, al azar del cara o seca, y quedé (por suerte para mi y mis pequeñas monstruosidades) fuera del juego, pero obligada a observar. Vi llegar entonces a la profesora, con un bidón de kerosén en la mano la bolsa con las pelotas en la otra. Llegó a su asiento cómodamente ubicado en el centro mismo del campo de juego, pero al costado para no dificultar la acción. La visión perfecta de ambos lados, ambos equipos que ésta vez, ésta tarde, saldrían victoriosos o inmolados. La pelota lentamente mojada, los ojos de la profesora fijos en el líquido cayendo jugosamente sobre el paño que la envolvía, los chicos aún correteando y tratando de ubicarse en sus puestos. El silbato que dio el inicio al juego, sonó más fuerte que nunca, más agudo, más chirriante en mis oídos. El fósforo encendido cayó sobre la pelota ahora encendida, el equipo que fue cara con guantes para no quemarse, el equipo perdedor (perdedor con todas las letras) corriendo de lado a lado del pequeño rectángulo campo de juego, tratando de esquivar la bola de fuego que era lanzada una y otra vez hacia sus pies, sus rostros, sus cuerpos que corrían de lado a lado (mis demonios y yo, agazapados, ellos esperando la carne quemada cuando alguien fuera golpeado e incendiado, yo esperando que alguna ráfaga de viento lo suficientemente potente apagara la bola de fuego, ambos agazapados, esperando, con los ojos encendidos entre las piernas que huían despavoridas de el trapo incendiado), sus ojos en otro lugar, blandos, ácidos, sus bocas risueñas, que soltaban carcajadas de vez en cuando (todo era un juego pero no era un juego para quien miraba teniendo a sus demonios al lado), que seguían corriendo y escapando, hasta que un tiro certero al corazón de la camisa blanca de una niña (bastante estúpida, bastante agua, bastante fuego, bastante alimento para al menos tres de mis pequeños monstruos) de trenzas rubias y ojos blandos, incendió el segundo, alzó viva la voz de la profesora que anunciaba que el equipo que fue cara había ganado. Quemado. La niña en llamas (la pelota en llamas en el suelo quieta observaba ahora también), corría ya fuera del rectángulo, corría y sus ojos ya no eran fuego, ella ya no era agua, era fuego, fuego y nada más que fuego correteando por los pasillos de mis demonios que caminaban lento esperando que acabara de gritar y de moverse en el suelo para comer al fin su banquete quemado.



viernes, diciembre 10, 2004

El Ventilador 

Allá por 1999, escribí la única cosa que me atrevo a llamar cuento, pero que ahora cayó víctima de la caída libre, aunque más extensa que lo normal; respetando un poco la idea original, hice esta remake de mi deseo de matar a alguien al menos con las letras... Espero que les guste –o no-, y me permito dedicárselo a A.P. y a Vico, quienes me hicieron recordar que tenía este escrito.
Las calles estaban desiertas mientras él caminaba pensando en el futuro de la colilla el cigarrillo que caía a 9,8 m/s2 hacia la baldosa que inmediatamente después soportaría su pisada. Un viento frío le recordó el saco que ella se había llevado después de una muy buena excusa tapada por las sábanas. Pateando jirones de la noche, divisó una figura no muy lejana cayendo cerca del muelle. El perfume inconfundible de la sangre se percibía en el aire, cual musa que corrompe el paisaje del artista. Sólo cuando abrió los ojos sintió el dolor del golpe en la cabeza, y tratando de incorporarse alcanzó a ver dos piernas larguísimas y robustas que corrían lejos y delante de sus ojos. El agite de las olas pareció mover el cielo y ante un amanecer inminente se sacudió el polvo de las rodillas para retomar el rumbo a su casa. No pudo resistir asomarse al muelle, pero sus ojos tremendamente cansados no vieron más que agua. Pura (bueno, no, en realidad no) e inocente agua.

La mañana pasó demasiado rápido a pesar de que el otro lado de la cama estaba vacío, y el pesadísimo sueño le refresco la imagen de la silueta, y el fuerte dolor de cabeza le recordó que el golpe que lo había dejado inconsciente. Poco a poco el calor y la humedad se fueron ganando el día (al fin y al cabo ya estábamos en verano), y los vahos del aire lo hicieron encender el ventilador de techo que amainaba la estadía en su cuarto los días estivales. Tendido en la cama, observaba las aletas del ventilador que se sucedían ante su mirada como las piernas de ese ser que huía, que escapaba, mientras él observaba atontado desde el frío del suelo. Corría en dirección contraria al muelle y escapaba, corría y en el aire antes había olor a sangre, corría y alguien a él lo había golpeado en la cabeza. Corría y escapaba, mientras la mañana se esforzaba inútilmente en tratar de delatarlo.

Las horas transcurrieron más lánguidas que de costumbre, pero a eso de las 7 de la tarde el día se precipitó de golpe en noche, y la luna esfumada por la humedad del aire le recordó el frío de la noche anterior, le recordó el saco en los hombros de su mujer mientras caminaban desde la casa de él a la casa de ella. Prendió algunas luces y salió en busca del abrazo repetido hasta el cansancio, y del saco.

Llegado a destino, tocó timbre inescrupulosamente pero ni sus muy futuros suegros ni la niña quita sacos en cuestión se asomaban al balcón, ni siquiera para pedirle que se fuera. Tentó el picaporte, y la puerta estaba sorpresivamente abierta. Susurrando primero, gritando después, el eco de su voz retumbaba en la ausencia de los moradores. Subió las escaleras y entró al cuarto de ella. Tomó el saco extraña y desprolijamente tirado sobre la cama, desandó sus pasos, y con la llave que estaba escondida debajo de la pequeña alfombra delante de la puerta ( si ya sé , ese nunca es un gran escondite ) la cerró, tratando reparar el descuido de sus dueños. Devolvió la llave a su lugar, y se dispuso a realizar su ansiada caminata nocturna por el muelle.

Las luces estaban más luminosas que de costumbre, hecho que le molestaba considerando que opacaban en demasía la luz de la esfumada luna llena. El dolor en la nuca persistía, de modo que no quiso prolongar mucho su paseo. Miraba las piernas de los otros escasos caminantes nocturnos, buscando esas aletas de ventilador que escapaban del aliento a sangre de la noche anterior. Se asomó por los barandales, y sin descubrir nada nuevo, regresó a su casa. Prendió el ventilador, como de costumbre, y se dejó guiar por esas piernas que corrían y escapaban hasta el sueño.

La lluvia llegó con la mañana siguiente arrastrando entre sus nubes la noticia de una extraña tragedia ocurrida en el muelle de la ciudad dos noches antes. Padre, madre e hija, brutalmente asesinados y arrojados al agua. Hija, con el corazón arrancado y una rosa cuidadosamente enganchada en su lugar. El café nunca había estado tan amargo como ese día en que se quedó sin futuros suegros y sin futura esposa. Recordó la noche de la puerta abierta, recordó la excusa susurrada bajo las sábanas: - Préstame el saco que tengo frío y esta noche voy a darte una sorpresa. Vaya sorpresa recibida dos días después del último ( pero que se suponía que no era el último ) beso. Inconscientemente agarró el saco ( y no algún otro abrigo más liviano ) y se echó a andar hacia la comisaría para dar las declaraciones que pudieran servir al caso. Una vez adentro se guardó entre dientes la molestia que le causó que todos observaran demasiado detenidamente su vestimenta, pero comprendió un poco mejor cuando el comisario le explicó que según algunos testigos que merodeaban en el lugar, el asesino llevaba puesto un saco exactamente igual al suyo. Entonces vació los bolsillos, terminó de explicar lo que había y lo que no había visto, entregó el saco para que lo examinaran con diversas pruebas, los llevó hasta la casa de la familia, y luego de una agotadora jornada regresó a su casa, sin comer, sin fumar, se metió a su habitación , atinando solamente a poner a andar esas piernas falsas que pendían del techo, que corrían y escapaban, cada vez más húmedas, cada vez más cerca.

Fue noticia durante unas cuantas semanas, extraños casos de asesinato obvia y claramente conectados.

Despertó sobresaltado cuando recibió un llamado a eso de las 6 de la mañana desde la comisaría, donde lo llamaban para que fuera a reconocer a tres posibles culpables. Pero jamás llegó. Alrededor de las 10 un móvil policial irrumpió en su casa, lógicamente extrañados de semejante tardanza, hasta que comprendieron el motivo del eterno retraso que ganó a su hombre: con las manos y los brazos destrozados en una cruenta pelea, y un corazón en estado de semi putrefacción pendiendo de su cuello, con una rosa en el pecho, hallaron a su hombre colgado del ventilador.


viernes, diciembre 03, 2004

Sirena 

Estaba dormida mientras una mano no menos temblorosa que su cuerpo le acarició las mejillas. Sentía el miedo que la invadía dentro de la pesadilla, y decidió que lo mejor era despertarla. Hablaba entre sueños, sólo repitiendo los gemidos de quien es matado una y otra vez por la noche silenciosa. Las estrellas eran el arma perfecta, la luz de la luna contribuía al paisaje desierto de infinitos cielos azucarados, removiendo heridas de tierras infértiles, de escapes posibles e imposibles en el anaranjado cielo del amanecer. El mar se había tragado todo vestigio del ser que habito en sus cabellos enredados de arena. La sirena convulsionada de terror, asustada por ver nuevamente ante sus ojos la ira de un barco pirata, se movía sobre la seda de las sábanas que oficiaban ahora de agua seca en su piel. Qué habrá sido de sus escamas en el horizonte tan lejano ahora de corales imprecisos. Qué sería ahora de sus mejillas sin esa mano acariciándolas. Quién hubiera pensado que el mar le traería un abrazo diferente a las olas tempranas de la bruma. El día que los pescadores sacaron del agua una mujer entre los peces, aturdida y sin habla, jamás imaginaron los siglos que tenía entre sus manos. Una absurda resucitación los dejó absortos cuando se dieron cuenta que la desnuda belleza ante sus ojos abría los ojos pero no tenía pulso palpable. El incrédulo hombre que la sostenía en sus brazos hizo un gesto como para dar aviso a sus camaradas de que todo estaba bien (contemplándola todo estaba bien), y se dejó hechizar por la desaparición de las escamas. De tanto en tanto, mientras duerme, la acechan los temores que alberga el mar que aún vive en ella. Siglos y siglos de olas tardías no se olvidan así como así. Y las sábanas enredadas que ofician de agua seca entre sus piernas bien saben que la humedad del pasado contempla el presente mientras esa mano, se desliza cómplice y furtiva en la caricia que la despierta del recuerdo (y del olvido).

No me convence mucho, pero es lo que salió... Espero que la lapicera me traiga algo mejor que el mousse. Vasos y besos.

(Puta cada vez que leo a LoveCraft, quiero leer el Necronomicón...)



This page is powered by Blogger. Isn't yours?