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martes, junio 28, 2005

De a 2... 

Mirá ese ojo. Mirá ese cielo en bancarrota, esa nube entre las lágrimas de arena. Por qué este cielo. Por qué este infierno de miradas pasajeras en cuevas de metal. Miráme ahora. Mirá el pasado. ¿Podés quebrarte de golpe como ayer?¿Romper de nuevo los anillos del después? Sos una estrella. El cielo mira intermitente en el olvido. Y no sos otra.
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Rojo late.
Rojo muerde.
Rojo sangra.
Respira,
respira bocanadas de fuego.
Latiendo ardor en el pecho,
deseo en las manos.
Muerde los talones del olvido,
su recuerdo, mis recuerdos,
son uno, son otro, son sombra.
Sangra letras, carne,
lágrimas violetas,
soles, lunas,
la noche entera sangra.
La noche eterna es roja.
Y rojo late,
rojo muerde,
rojo sangra.
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Estuve desaparecida, lo sé lo sé… pero para que me disculpen les dejo dos… cosas. Vasos y besos.


lunes, junio 06, 2005

Sín título (uno más) 

Rara vez no tuve que esconder los pañuelos en algún cajón repleto cuando ella llegaba. Caprichosa mi sombra, siempre se las ingeniaba para hacérmelos desaparecer. Siempre amagando abandonarme, mordisqueándome los talones, cantándome al oído en lenguas falsas con su aliento de tormentas mojándome la nuca. Bastaba un pequeño artificio luminoso para que ya se desprendiera de mí, somnolienta pero dispuesta a correr tras mis pasos, atropellar mis dedos. Nunca pude usar pañuelos en presencia de mi sombra. Cada vez que los soltaba, ya sea en mi bolsillo, sobre la mesa, en mi regazo, desaparecían, ni siquiera dejaban ese espacio de nombres llamado ausencia en su lugar. Sólo ya no estaban.

La escuché reírse. Muchas veces. Gozaba el momento en que me dejaba desprovista de ese pedazo de tela (a veces necesaria y oportuna).

Me ubiqué lo mejor que pude para que no lograra espiarme por sobre mi cabeza. Dejé que se escapara, que se desprendiera de mi brazo. La llevé hasta el baño, la sorprendí de espaldas, y caí de rodillas tironeando el pañuelo de seda que estrangulaba su cuello, que no despareció cuando lo escondí en mi boca.


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