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domingo, marzo 18, 2007

Huecos. 




Demasiado tiempo. Sí, definitivamente demasiado. En mis cuadernos hay un texto que parece repetirse incansablemente, siempre distinto, siempre el mismo. Varias hojas en las que en diferentes momentos escribí lo mismo: soy mis letras, no vivo sin ellas. Yo las alimento cuando las dejo fluir por mis dedos, ellas se llevan mi sangre, pero me mantienen viva. O al menos eso hacían. Pero desde que empecé a trabajar, la rutina diaria parece haberse llevado mis letras. Siento vacío, siento ganas de escribir, miles de pensamientos me invaden pero no hallo la forma de hacer que se filtren en la tinta de la lapicera. Si tengo que hablar de pasiones, prisiones y realidades, de un tiempo a ésta parte, mi pasión está prisionera de la realidad. Y no sólo mi pasión, digamos, literaria. Tuve que elegir una de dos materias a rendir porque no me alcanzaba el tiempo, ni físico ni mental, para rendir las dos. Tenía la oportunidad de rendir libre la que no regularicé, y me fue negada, por circunstancias ridículas y excesivamente burocráticas. A pesar de que necesito trabajar para sobrevivir (no vivir, la palabra es muy amplía como para acotarla al hecho de obtener efectivo), la frustración y el vacío me llenaron casi por completo. Dónde están mis abismos, mis espejos? Sentí que una de mis pasiones me rompía la cara de una trompada. La solución para quien no siente la mismo es sencilla: dedicate a otra cosa. Pero no sabría hacer otra cosa, no me lo imagino. Momentáneamente, sirvo para estar con el culo en la silla y estudiar, o leer, o escribir o dibujar; en un futuro, serviré para esto mismo y para dedicarme a la medicina. No me imagino en otro lugar que no sea un hospital, siendo una doctora… Mis intentos por estar más cerca de ese lugar fueron boicoteados inescrupulosamente, una y otra vez… y sigo intentando. Una de las cosas que rescato de empezar de cero una y otra vez, es que cada vez fijo más el punto de partida. No es de cabeza dura, es porque sé lo que quiero. Volviendo a mis letras, las escucho gritarme, patalear dentro de mi cabeza, rompiendo silencios, pero no puedo alcanzarlas. No puedo acercarme a ellas y darles mi sangre, y siento que poco a poco van muriendo.

Mi realidad es ésta: estoy parasitando en una casa ajena, porque un ser muy querido por mí me dio lugar, caso contrario estaría parasitando bajo un puente. Éste techo temporal no me ofrece ninguna garantía, conocer a los dueños de la casa tampoco, porque al fin de cuentas, soy una extraña que ocupa un local anexo a la casa (otra caja, 8 metros cuadrados de techo que gotea cada vez que llueve), usa su baño y tiene la llave del candado que cierra la puerta de entrada. Mi amiga me dio lugar, y le estaré eternamente agradecida por eso, pero no sé si habrá considerado todas las posibles instancias de la convivencia. Hay roces cada tanto, que me duelen tanto como el frío que entra a la noche por la cortina de metal que corona el frente de mi “cuarto”. No quiero que se me malinterprete: no me quejo ni de ella ni de su familia, ni del techo que tengo, pero efectivamente soy yo quien está demás. Estoy trabajando en un call center, donde día a día encuentran nuevas y originales formas de explotar a la gente, donde lo que diga o haga no importa, siempre y cuando “llame y corte, llame y corte…”. Y por sobre todas las cosas en mi realidad, en el día a día, estoy sola, con mis gatos, encerrada en el cuarto. En parte por elección, en parte por la incomodidad que siento cada tanto al sentirme, como ya dije, demás. Tampoco se tiene que malinterpretar esto: vienen mis amigas a verme, hablo y estoy con ellas, pero cuando me voy a dormir, cuando me siento en la mesa, estoy sola como nunca antes había estado. Siempre dije que quería vivir sola, pero por decisión, no porque no hay más opción. Y después de vivir dos años en un local-kiosco con mi mamá (solas las dos, con las presiones que eso arrastraba, pero juntas de cualquier modo) despertarme en una cama prestada y escuchar solamente autos que pasan por la calle o el ruido del tren, pesa.

Mi pasión es ésta: recibirme de doctora, clínica o neuróloga aún no está del todo decidido, y ejercer. Seguir escribiendo y dibujando, creando, dándole cuerpo y forma a mis pensamientos.

Concluyo que mi prisión actualmente, es la de no poder compartir con nadie ni mi realidad ni mi pasión. No porque no encuentre ni un oído que escuche ni una mano que se apoye sobre mi hombro, si no porque a mí me cuesta enormemente pedirlos. Y porque me genera una especie de culpa, llamémosla así, contarle a alguien lo que me pasa, ya que siento que le dejo en sus manos mi propia carga.

“Aspiramos a ser lo que auténticamente somos, pero a medida que creemos lograrlo, nos invade el hartazgo de lo que realmente somos”. (Oliverio Girondo)

Me encantaría en este momento de abismos cegados y espejos tapados, poder saber de manera exacta lo que soy auténticamente, aunque luego me harte, como diría Girondo.

Vasos & Besos.


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